miércoles, 7 de octubre de 2009

SER RICO ES SER LIBRE



¿Será cierto? Lo dice Robert Kiyosaki. El autor del best seller Padre rico, padre pobre no lo parece y lo disimula muy bien con su elegancia europea y discurso capitalista, pero desde la perspectiva de los ojos argentinos, es un legítimo buscavidas: trabajó como fundraiser de una ONG, vendedor de fotocopiadoras Xerox, inversor inmobiliario, fabricante de accesorios para surfers en Hawai y distribuidor de productos de merchandising de bandas como Pink Floyd, Culture Club y Duran Duran.
El gurú mundial de la autoayuda financiera tiene dos ideas muy básicas: nadie se hace rico con lo que se aprende en la universidad, y si todos los estudiantes tuvieran una mejor educación financiera, tendrían chances de hacer mejores negocios.
Kiyosaki destina parte de sus inversiones a comprar plata, el mineral, porque tiene tres datos: es agotable, hay menos cantidad que de oro, y se utiliza mucho más. Por todo esto, está convencido de que en diez años la onza costará mil dólares, mientras que hoy la consigue a sólo 15.
Para Kiyosaki, una persona rica es aquella que es libre desde el punto de vista financiero y que no tiene que preocuparse por su futuro económico. “en mi caso, me sentí libre cuando cumplí 47 años. A partir de allí, esa libertad y la educación financiera me permitieron incrementar más la fortuna”.

Fuente: Leandro Africano para revista Brando.

ÚNICA









En menos de un año se cumplirán 25 años de haber egresado. Hay toda una movida para enlazarnos y estar en contacto para que entonces las casi 90 mujeres volvamos compartir un espacio.

Con muchas nos conocemos desde los 6 años... compartimos parte de nuestra infacia y adolescencia.

Pero de todas, ella fue sin duda alguien muy especial. No olvidaré el primer día de clases: comienzo de la primaria y nueva en el colegio, no conocía a nadie. Cuando llegó el momento de formar nos encontramos solitas una frente a otra y espontáneamente me dijo: -¿Te querés sentar conmigo?-, me ofreció su mano y durante los próximos 12 años el primer día de clases indefectiblemente nos sentábamos juntas.

Millones de risas compartidas, miradas cómplices, sonrisas, discusiones y peleas por cuestiones tan importantes como para marcar con una regla la mitad del banco. Las primeras salidas, secretos, amores, desamores, encuentros, desencuentros y lágrimas también.

Siempre la defendí, porque conocía ese espíritu inquieto, curioso, rebelde, pícaro, gracioso, pero bueno, siempre bueno en esencia.

Fuimos buenas compañeras y buenas amigas. Fuimos niñas, adolescentes, mujeres y madres.

Nuestras vidas hicieron que estos últimos años no tuviéramos el contacto de aquellos tiempos, pero siempre será un ser entrañable, es parte de mi vida. (me niego a hablar en pasado)

Sé que no estará en la reunión, sé que le hubiera encantado estar, sé que nos hubiéramos divertido mucho en esa ocasión, ella siempre provocaba alguna situación graciosa. Pero Dios la llamó antes y ella acudió.

Te quiero... estás... estarás...

Hoy, 9 de octubre, no voy a llamarte por teléfono, pero sí voy a decirte: ¡FELÍZ CUMPLEAÑOS LAURA! y mi oración será por vos.

viernes, 2 de octubre de 2009

DESAMPARO


Sí, ya sé – me dijo de golpe, con el mentón señalándome como la punta de una espada.
Hacía por lo menos una hora que monologaba frente a mí. Me había dicho sin que yo pudiera intercalar una onomatopeya, que sentía tanta desazón porque las cosas entre nosotros no andaban bien.
En un momento yo, que estaba sentado con la cabeza gacha mientras enroscaba y desenroscaba un papelito, levanté la vista, la miré y no dijo nada. Fue un segundo. Un segundo pesado, suspendido.
Respiró profundamente y siguió: -Quisiera otra cosa… No sé… Además no entiendo qué pasó… Deberíamos hacer el esfuerzo de hablar de lo que nos pasa… Decime algo… Por favor… Decime algo…
Hizo silencio. Parada frente a mí miró el papelito enroscarse y desenroscarse entre mis dedos. Otra vez con los ojos fijos en la nada. -Sí, ya sé- le dije. Y la miré. Un suspiro de trueno se escapó de mi boca.
Cuando el sonido del portazo le explotó en los oídos se desplomó retorcida en el sillón. Vio el papel en el piso.
Decía: “Ya no te amo”.

por A.H.

AGENDA DE UN SOLTERO




Llega el día en el que por fin nos vamos a vivir solos.
Lunes: tengo que llamar a mamá (debe estar ofendida); comprar papel higiénico y algo para poner en la heladera (queda sólo media manteca, un huevo y dos botellas de vino).
Martes: comprar papel higiénico y algo para comer; ir al lavadero; regar las plantas (¿por qué todos regalan una planta?); cambiar las sábanas; pagar el gas antes que lo corten.
Miércoles: ¿dónde guardé el alicate? comprar uno; también algo para comer que no sean fideos con mantea, arroz y hamburguesas; ¿Y si le digo a mi vieja que me prepare unas milanesas?; buscar un despertador resistente (no tengo que romperlos más).
Jueves: hacer una lista para ir al supermercado y no comprar sólo picadas y frasquitos lindos; hoy por suerte salgo a comer con Jorge, Alberto y Eduardito.
Viernes: el próximo jueves volveré más temprano; comprar otro despertador; ¿Dónde guardé el té de boldo?; hoy dieta de emergencia: arroz blanco; viene María, barrer un poco, sacar todos los papeles de arriba de la mesa, juntar la ropa que está tirada en el baño; comprar desodorante de ambientes.
Sábado: el domingo voy a dormir; tengo que tratar de estudiar en la semana; ¿Quién fue el genio que inventó el mate?
Domingo: mamá sigue ofendida, ¿Cuánto hacía que no comía tan rico?, ¿Quiere que engorde diez kilos?; esta tarde no voy a pensar en el suicidio; el próximo domingo organizaré algo para distraerme.

por D.A.

IGUAL Y POR SEPARADO


Sucedió en esa época del año en que, indefectiblemente, llegan los balances.
Ellos –los dos igual, y por separado- dudaban: ¿alguna vez borrarían de la columna del debe las cuestiones de amor?
Dudaban porque los dos –igual y por separado-, habían imaginado que, a los treinta y pico, el amor, la familia y los hijos serían tan cotidianos en sus vidas como el mate, el trabajo, la buena música o la casa propia.
Venían –los dos, por separado- de un derrotero de derrotas.
El la invitó a tomar un vino y la dejó plantada la primera vez. Lo perdonó, salieron, se gustaron y se malentendieron cuando ella le contó que ya había planificado sus vacaciones: él supuso que quería andar sola por la vida y sin abrazos; ella, que parecía indeclinable en sus decisiones, pensó lo contrario: cambiar de planes y buscar un lugar en la playa que pudieran compartir.
Entonces así, malentendidos, se dijeron las cosas más inconvenientes, justo en el momento en que algo bueno podía comenzar.
Como si el derrotero de derrotas estuviera escrito en su destino, como si el presente que habían imaginado nunca pudiera convertirse en un futuro posible, les ganó el miedo, la ansiedad y la bronca.
Ella –las mujeres hablan demasiado a veces- fue más dura y extensa en sus reproches.
El –más terminante-, no pudo aceptar que la impaciencia la hubiera hecho cruel.
En distante coincidencia veranearon. Los dos igual, y por separado. Pensando cada uno en el otro, en cuánto se gustaban y en esa historia posible que se habían perdido.

por V.S.